2. Garret Hardin y la capacidad de carga de la Tierra

En la segunda mitad del siglo XX, se reivindica el nombre de Malthus para recalcar los daños ecológicos (destrucción de ecosistemas, agotamiento de recursos no renovables) causados por la expansión demográfica mundial. Como muy bien se ha sugerido, el neomalthusianismo reaparece en los momentos cruciales de explosión demográfica.
Uno de estos momentos coincidió con la toma de conciencia de la crisis ambiental moderna y por ello no es de extrañar que la preocupación por el crecimiento poblacional haya acompañado el nacimiento de la reflexión ambiental. El principal vehículo para los temores neomalthusianos pasó a ser el peligro de una catástrofe ambiental. El libro publicado por Fairfied Osborn en 1948, Our Plundered Plant (Nuestro planeta saqueado) y The Limits of the Earth (Los limites de la Tierra) en el 1953, marcó el inicio de esta nueva preocupación que culmina en la década de los sesenta, con una floración de escritos de índole catastrófico ambiental: Rachel Carsons (1963) Silent Spring, Hamilton, Londres. Edición española: La primavera silenciosa, (Grijalvo, 1980) Paul Ehrlich en 1968, The population Bomb (La bomba demográfica), Garret Hardin en 1978, The tragedy of the commons (La tragedia de los bienes comunes), Barry Commoner en 1969 comienza la publicación de la revista Environment y ya había comenzado la publicación en 1958 de Nuclear Information que luego en 1964 pasaría llamarse Scientist and Citizen y en 1966 publica un ensayo de gran éxito acerca de los riesgos implicados en el complejo tecnocientífico contemporáneo, con el título Science and survival (Ciencia y sobrevivencia). Esta literatura arranca de sectores concretos y de problemas medioambientales limitados, pero en muchos esta ya presente el denominador común del crecimiento poblacional como destructor y depredador del medio ambiente, que va a constituir un rasgo del neomalthusianismo.

“Vivimos sometidos al imperio de un principio independiente del tiempo, que ejerce su influencia implacable y universalmente. Este principio está estrechamente relacionado con la ley de oferta y la demanda. Se expresa en una simple razón, en la que uno de los tñerminos sería los recursos de la tierra y el otro sería el número de habitantes, Mientras que el primero es relativamente fijo y está sólo parcialmente sujeto al poder del hombre, el otro es cambiante y puede determinarlo el hombre en buena medida, si es que no del todo. Si somos ciegos para ver esta ley, o si nos engañamos subestimando su poder, podemos estar seguros de una cosa: el género humano pasará por un período de crecientes penalidades; de conflictos y de tiniebla”. Fairfiled Osborne. Los límites de la Tierra. 1956
Garrett Hardin, profesor retirado de biología de la Universidad de California, y uno de los más influyentes teóricos del control de la población en el último tercio del siglo XX. Su ensayo más famoso The Tragedy of the Commons (La tragedia de los comunes), publicado en 1968 en la revista Science y reimpreso veces, ha sido cita obligada de los más entusiastas defensores del control demográfico. El ensayo se ha convertido en un clásico referido a los asuntos del medio ambiente dentro del marco de la población. El término “capacidad de carga de la Tierra” fue popularizado por Garret Hardin donde adoptó la teoría de capacidad de carga, usualmente utilizada para determinar el número de insectos que un ecosistema dado podía soportar, y lo aplicó a la población humana. A partir de la publicación del famoso artículo de Garrett Hardin, la gestión colectiva de los recursos se convirtió en uno de los temas clave de los economistas ambientales y los especialistas en recursos naturales. En este trabajo Hardin sostiene que cuando los recursos son limitados, las decisiones racionales de cada individuo “dan lugar a un dilema irracional para el grupo”, planteando que cada usuario de un bien colectivo tiende a maximizar el uso individualizado de ese recurso en un corto plazo, lo que conduce invariablemente a su sobreexplotación.

“La tragedia de los recursos comunes se desarrolla de la siguiente manera. Imagine un pastizal abierto para todos. Es de esperarse que cada pastor intentará mantener en los recursos comunes tantas cabezas de ganado como le sea posible. Este arreglo puede funcionar razonablemente bien por siglos gracias a que las guerras tribales, la caza furtiva y las enfermedades mantendrán los números tanto de hombres como de animales por debajo de la capacidad de carga de las tierras. Finalmente, sin embargo, llega el día de ajustar cuentas, es decir, el día en que se vuelve realidad la largamente soñada meta de estabilidad social. En este punto, la lógica inherente a los recursos comunes inmisericordemente genera una tragedia. Como un ser racional, cada pastor busca maximizar su ganancia. Explícita o implícitamente, consciente o inconscientemente, se pregunta, ¿cuál es el beneficio para mí de aumentar un animal más a mi rebaño? Esta utilidad tiene un componente negativo y otro positivo. El componente positivo es una función del incremento de una animal. Como el pastor recibe todos los beneficios de la venta, la utilidad positiva es cercana a +1.
El componente negativo es una función del sobrepastoreo adicional generado por un animal más. Sin embargo, puesto que los efectos del sobrepastoreo son compartidos por todos los pastores, la utilidad negativa de cualquier decisión particular tomada por un pastor es solamente una fracción de -1. Al sumar todas las utilidades parciales, el pastor racional concluye que la única decisión sensata para él es añadir otro animal a su rebaño, y otro más... Pero esta es la conclusión a la que llegan cada uno y todos los pastores sensatos que comparten recursos comunes. Y ahí está la tragedia. Cada hombre está encerrado en un sistema que lo impulsa a incrementar su ganado ilimitadamente, en un mundo limitado. La ruina es el destino hacia el cual corren todos los hombres, cada uno buscando su mejor provecho en un mundo que cree en la libertad de los recursos comunes. La libertad de los recursos comunes resulta la ruina para todos” Hardin, Garrett (1968). “La tragedia de los Comunes”

Según Garrett Hardin las comunidades, en las que los humanos tendemos a agruparnos, cumplen la función de conseguir unos bienes determinados, donde aparentemente, estos bienes comunes se consiguen con independencia del grado de participación individual, existiendo la tentación de no contribuir a su conservación. Cuando esta actitud se generaliza, puede provocar el agotamiento o la destrucción de los bienes pertenecientes a la comunidad.
Lo que pertenece a todos en este sentido está en peligro de no ser valorado ni mantenido por nadie. Esa tragedia de los recursos comunes, advierte el autor, está negativamente afectada por la reproducción humana y que de una forma u otra ha sido alimentada por el estado benefactor.

“Si cada familia humana dependiera exclusivamente de sus propios recursos, si los hijos de padres no previsores murieran de hambre, si, por lo tanto, la reproducción excesiva tuviera su propio "castigo" para la línea germinal: entonces no habría ninguna razón para que el interés público controlara la reproducción familiar. Pero nuestra sociedad está profundamente comprometida con el estado de bienestar…
Equilibrar el concepto de libertad de procreación con la creencia de que todo el que nace tiene igual derecho sobre los recursos comunes es encaminar al mundo hacia un trágico destino”. Hardin, Garrett (1968). “La tragedia de los Comunes”

Establece como argumento final la iniciativa de pedir a la raza humana su renuncia a la procreación, como condición para poner fin a la tragedia de los recursos comunes. En virtud de este reclamo el control del sujeto sería total y revestiría la forma coercitiva.

“El aspecto más importante de la necesidad que debemos ahora reconocer es la necesidad de abandonar los recursos comunes, en la reproducción. Ninguna solución técnica puede salvarnos de las miserias de la sobrepoblación. La libertad de reproducción traerá ruina para todos. Por el momento, para evitar decisiones difíciles muchos de nosotros nos encontramos tentados para hacer campañas de concienciación y de paternidad responsable. Podemos resistir la tentación porque un llamado a la actuación de conciencias independientes selecciona la desaparición de toda conciencia a largo plazo, y aumenta la ansiedad en el corto…La única manera en que nosotros podemos preservar y alimentar otras y más preciadas libertades es renunciando a la libertad de reproducción, y muy pronto. ‘La libertad es el reconocimiento de la necesidad’, y es el papel de la educación revelar a todos la necesidad de abandonar la libertad de procreación. Solamente así podremos poner fin a este aspecto de la tragedia de los recursos comunes”. Hardin, Garrett (1968). “La tragedia de los Comunes”

Por las razones ya expuestas, Garret Hardin, postulaba una de las ideas más influyentes entre los nuevos aliados biologistas de Malthus. Si el pueblo puede reproducirse libremente y sus hijos tienen el mismo derecho que todos a los bienes comunes, que son limitados, será imposible evitar que ocurra una tragedia en el planeta, que provocará una destrucción ambiental.
Según Hardin, para quien los proyectos de seguridad social y reforma agraria no tenían sentido en los países en desarrollo, sólo la propiedad privada de los recursos esenciales y una distribución desigual del derecho a la reproducción pueden impedir esa fatalidad.
En la década de los sesenta la conexión entre los problemas de desequilibrio poblacional y disponibilidad de medios de consumo se popularizó a través de la discusión sobre el deterioro del medio ambiente. La literatura especializada forjó un amplio consenso en torno a la idea de que el crecimiento poblacional aproximaba el mundo a una situación límite, que desencadenaría una crisis alimentaria y de muchos otros tipos, entre los que no estaba ausente la crisis ecológica. El libro de Paul Ehrlich, La bomba poblacional (1968) fue el ejemplo más representativo de esta literatura que alertó y sembró el temor sobre las consecuencias que un aumento desmedido de la población representaba para el género humano. El miedo y la ansiedad se extendió entre la opinión pública de los países industrializados respecto del incontrolable crecimiento poblacional del mundo "en desarrollo". Esta obra, que obtuvo un eco muy notable en el mundo desarrollado, asoció el crecimiento poblacional con el problema de las crisis alimentarias, la expansión de la pobreza, su especial impacto sobre los grupos más vulnerables y con el deterioro progresivo del medio ambiente. Esta cadena destructiva en la que se interrelacionaban el crecimiento descontrolado de la población, la crisis alimentaria y el deterioro ambiental era importante porque implicaba que sin políticas de control poblacional, el crecimiento incontrolado de la población no solo conduciría a hambrunas masivas en distintas regiones de mundo sino a la decadencia de los recursos naturales del planeta, afectando a los países ricos y pobres por igual.

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